1 Corintios 7: Precisamente, el ascetismo
extremo (Ejercicio y práctica de un estilo de vida austero y de renuncia a
placeres materiales con el fin de adquirir unos hábitos que conduzcan a la
perfección moral y espiritual) es el
problema al que Pablo responde y en el que las mujeres parecen haber tenido un
papel protagónico, hasta llegar a constituir un problema.
Un dato que parece corroborar este interés por
el celibato en el comportamiento de las mujeres sobre todo viudas, divorciadas
y vírgenes son el distanciamiento establecido entre varones y mujeres a lo
largo de “l Corintios 7”, donde Pablo trata de suavizar la fuerte preferencia
por el celibato que parece haberse dado entre algunas mujeres.
Para ellas, el celibato representaba la
liberación de los pesados lazos y cargas que conllevaba un matrimonio en la
estructura familiar PATRIARCAL propia de aquella sociedad.
Aunque es cierto que Pablo demuestra una
preferencia personal por el celibato en el versículo 38, no parece compartir la
idea de algunas personas de vivir como si estuvieran en un universo puramente
espiritual porque aun no habían llegado a la presencia de Jesús con cuerpos
glorificados.
El celibato podía ser una fuente de ansiedad,
precisamente porque no vivían aún en cuerpos glorificados (1 Corintios 7, 9:36-38);
su elección por el celibato podía resultar, inviable, bien porque no pudieran
cumplir con ciertas normas sociales y debido precisamente a esas mismas normas
se conviertan en vergüenza para la comunidad al incumplirlo (v. 36).
Pero Pablo no ordena a estas mujeres que se
casen, aun siendo consciente de que su posición retaba los intereses de la
estructura de la casa patriarcal “romana” y, por lo tanto, de la sociedad
organizada en torno a ella.
En el caso de los divorciados (1 corintios
7:10-11), las palabras dirigidas a las mujeres son más abundantes, lo cual hace
que se centre la atención en ellas. En este aspecto Pablo con toda
probabilidad, está aludiendo al problema que surgía cuando uno solo de los
cónyuges se hacía cristiano; situación que era mucho más probable y
problemática en el caso de las mujeres: puesto que eran ellas quienes debían
adoptar la religión y los dioses de sus maridos si se habían casado bajo
“manus” (pasó a la patria potestad del marido), o a la religión de su padre si
no lo había hecho, la conversión al cristianismo tenía que suponer para ellas
una situación muy difícil, sobre todo si su conversión debía permanecer en
secreto.
Hay que tener en cuenta que en esos tiempos (al
igual como pasa en el medio oriente en estos días), las mujeres tenían una
libertad de movimientos muy limitada, y que el mero hecho de que salieran a la
calle era especialmente problemático (Génesis 34), aunque fuera mucho más fácil
para las mujeres de la nobleza.
Pablo reconoce que se han dado algunos casos de
separación, al parecer por iniciativa de la mujer (1 Corintios7:10-11), ante lo
cual les recomienda que se reconcilien. Y la razón que les da es que el cónyuge
creyente puede acabar influyendo en el no creyente; pero, sobre todo, les
recuerda y en ello se nota que se dirige sobre todo a mujeres la posibilidad de
educar a sus hijos pequeños dejados al cuidado de la mujer en la fe cristiana.
La posición de Pablo no era fácil, su posición
en relación al celibato de las vírgenes, viudas y divorciadas no era una
alternativa a las normas sociales y a la evolución posterior de las
disposiciones eclesiales de las mujeres. Y es que no se puede olvidar que en
aquella época el volver a casarse y engendrar hijos mientras la edad lo permitiera
era para la mujer una obligación de estado, perfectamente legislada, cuyo
incumplimiento acarreaba la consiguiente condena.
La legislación de Augusto (27 a.C-14 d.C),
reforzada posteriormente por Domiciano y renacida en los siglos I y III d.C., había
sido proyectada para favorecer el estado civil de casada en la mujer y no
desperdiciar sus años de fertilidad.
Se alentaba a las viudas y divorciadas a casarse
de nuevo, se penaba el no hacerlo y el no tener hijos después de los veinte
años (veinticinco para los varones) y se premiaba el tenerlos en mayor número
del habitual. De hecho, las mujeres libres que tenían tres hijos, y las habían
sido libertadas de la esclavitud con cuatro, podían emanciparse de la custodia
patriarcal de padres o maridos. Como puede verse, el comportamiento de las
mujeres era objeto de un especial control social.
Algunos valores se legislaban en las leyes del
estado. La sociedad en la que discurría la vida de los cristianos de Corinto se
regía por el valor central del honor, el cual estaba muy ligado entre otros
aspectos a la reputación de las mujeres que estaban a cargo de los varones, la
cual dependía de la certeza de que la sexualidad de la mujer que pertenecía en
exclusiva a su marido.
En el caso de estar casada o de que estaba
virgen aún soltera, la pérdida de vergüenza en las mujeres o la duda sobre su
virginidad o su exclusividad sexual (adulterio), significaba la pérdida del
honor y la reputación de los varones del grupo familiar “marido, padre,
hermanos”. En cierta forma, el cuerpo y la sexualidad de la mujer expresaban el
honor y la reputación de una casa familiar o de un grupo de la sociedad.
Ellas no podían representar su propio honor ni
el de la casa familiar frente a los demás en el ámbito público y social. Una
mujer sola era considerada peligrosa, sospechosa de promiscuidad sexual y, en
cierto sentido, una depravada.
Por eso las SEÑALES externas indicaban la virtud
femenina en aquel entonces como la castidad (Renuncia total al placer sexual o
solo al que queda fuera de los principios morales) que eran muy importantes y
debían ser observados si se quería aparecer como mujeres respetables de la
sociedad.
Estas señales consistían en un determinado tipo
de comportamiento: permanecer en sus casas el mayor tiempo posible; salir a la
calle con el cabello cubierto; no mirar de frente a un varón, sino andar
siempre con la cabeza baja; limitarse al hablar y no pretender quedar por
encima del varón; es decir, ser recatada e insignificante haciendo todo lo
posible para ser invisible a los ojos de quien no era el propio marido.
Si el papel del varón, cabeza de la familia, era
ser el señor de todos los que estaban a su cargo, cualquier gesto que pusiera
en duda este papel (desobedecerle o discutir sus órdenes o enseñanzas, sobre
todo en público) significaba un reto y una falta a su honor y su reputación
ante los ojos de sus iguales en la sociedad.
Pablo y sus comunidades cristianas se debatían
en un doble movimiento: por un lado, la afirmación de la propia identidad como
grupo cristiano y su separación del resto de la sociedad; por otro, el deseo de
ganarla para la causa del evangelio, lo que les obligaba a tender puentes hacia
ella. Y ahí es donde se debe ENTENDER la ENSEÑANZA de Pablo, a veces confusa,
de difícil interpretación y siempre abierta a desarrollos posteriores.
Los valores culturales del honor y el recato,
así como las actitudes y comportamientos requeridos a cada sexo para
demostrarlos, pueden iluminar otro pasaje muy discutido en la misma carta de
Pablo a los Corintios: el del velo o chador de las mujeres que profetizan (1
Corintios 11:2-11). El tema del comportamiento de las mujeres en consonancia o
en contraposición con los valores culturales patriarcales predominantes fue
haciéndose cada vez más importante, en la medida en que las comunidades
cristianas se hacían más conocidas, más compuesta de diferentes grupos
sociales, e iban pasando al mundo público.
1 Corintios 11:2-11, su argumento responde tan
perfectamente al interés de Pablo por la reputación de la comunidad ante los
vecinos que observan el culto cristiano.
Si bien es cierto que la comunidad tenía como
base una iglesia doméstica (en un hogar) el ámbito privado, por lo tanto, hay
que considerar que si estas comunidades cristianas pertenecían a miembros de
otras casas familiares, en fin, mujeres sin sus maridos o amos en el caso de
las esclavas, el culto o la comunión cristiana estaba expuesta a la curiosidad
y chismorreo de los vecinos, lo cual explica la preocupación por la opinión
externa acerca de la respetabilidad de la comunidad cristiana, nacida del deseo
de ganar miembros para el Evangelio.
De nuevo nos encontramos con el reflejo en el
cuerpo, en esta ocasión el femenino, de la organización social. Se alude con
frecuencia a que Pablo trata de evitar que el culto cristiano se identifique
con otros cultos mistéricos como los dionisíacos, los isíacos o los cibelinos
que se celebraban en las ciudades greco-romanas, los cuales, a la vez que
encontraban gran aceptación entre las mujeres, eran condenados y a veces
perseguidos por las autoridades y los escritores.
Muchos de tales cultos celebraban un
renacimiento a una nueva vida, plasmándolo en la negación de la diferenciación
sexual mediante la castración, hombres con melenas o la utilización de ropas
del otro sexo, o bien con símbolos como el que usaban las prostitutas con la
cabeza raspada que expresaban esa quiebra de las normas que regían los
comportamientos adjudicados a cada sexo en la sociedad, como, por ejemplo, el
soltarse el pelo o quitarse el velo en el caso de las mujeres, gestos que
pueden ser asimilados.
Continua en próxima parte...
APOSTOL JUAN CALO
Yom Teruah Ministries, Puerto Rico
CORREO ELECTRONICO: yomteruahministries@gmail. com
Yom Teruah Ministries, Puerto Rico
CORREO ELECTRONICO: yomteruahministries@gmail.
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