jueves, 18 de junio de 2015

51. Parte #5 ENTENDIENDO LAS RESTRICCIONES E IMPOCICIONES DE PABLO A LAS MUJERES CRISTIANAS DEL PRIMER SIGLO


1 Corintios 7: Precisamente, el ascetismo extremo (Ejercicio y práctica de un estilo de vida austero y de renuncia a placeres materiales con el fin de adquirir unos hábitos que conduzcan a la perfección moral y espiritual)  es el problema al que Pablo responde y en el que las mujeres parecen haber tenido un papel protagónico, hasta llegar a constituir un problema.

Un dato que parece corroborar este interés por el celibato en el comportamiento de las mujeres sobre todo viudas, divorciadas y vírgenes son el distanciamiento establecido entre varones y mujeres a lo largo de “l Corintios 7”, donde Pablo trata de suavizar la fuerte preferencia por el celibato que parece haberse dado entre algunas mujeres.

Para ellas, el celibato representaba la liberación de los pesados lazos y cargas que conllevaba un matrimonio en la estructura familiar PATRIARCAL propia de aquella sociedad.

Aunque es cierto que Pablo demuestra una preferencia personal por el celibato en el versículo 38, no parece compartir la idea de algunas personas de vivir como si estuvieran en un universo puramente espiritual porque aun no habían llegado a la presencia de Jesús con cuerpos glorificados.

El celibato podía ser una fuente de ansiedad, precisamente porque no vivían aún en cuerpos glorificados (1 Corintios 7, 9:36-38); su elección por el celibato podía resultar, inviable, bien porque no pudieran cumplir con ciertas normas sociales y debido precisamente a esas mismas normas se conviertan en vergüenza para la comunidad al incumplirlo (v. 36).

Pero Pablo no ordena a estas mujeres que se casen, aun siendo consciente de que su posición retaba los intereses de la estructura de la casa patriarcal “romana” y, por lo tanto, de la sociedad organizada en torno a ella.

En el caso de los divorciados (1 corintios 7:10-11), las palabras dirigidas a las mujeres son más abundantes, lo cual hace que se centre la atención en ellas. En este aspecto Pablo con toda probabilidad, está aludiendo al problema que surgía cuando uno solo de los cónyuges se hacía cristiano; situación que era mucho más probable y problemática en el caso de las mujeres: puesto que eran ellas quienes debían adoptar la religión y los dioses de sus maridos si se habían casado bajo “manus” (pasó a la patria potestad del marido), o a la religión de su padre si no lo había hecho, la conversión al cristianismo tenía que suponer para ellas una situación muy difícil, sobre todo si su conversión debía permanecer en secreto.

Hay que tener en cuenta que en esos tiempos (al igual como pasa en el medio oriente en estos días), las mujeres tenían una libertad de movimientos muy limitada, y que el mero hecho de que salieran a la calle era especialmente problemático (Génesis 34), aunque fuera mucho más fácil para las mujeres de la nobleza.

Pablo reconoce que se han dado algunos casos de separación, al parecer por iniciativa de la mujer (1 Corintios7:10-11), ante lo cual les recomienda que se reconcilien. Y la razón que les da es que el cónyuge creyente puede acabar influyendo en el no creyente; pero, sobre todo, les recuerda y en ello se nota que se dirige sobre todo a mujeres la posibilidad de educar a sus hijos pequeños dejados al cuidado de la mujer en la fe cristiana.

La posición de Pablo no era fácil, su posición en relación al celibato de las vírgenes, viudas y divorciadas no era una alternativa a las normas sociales y a la evolución posterior de las disposiciones eclesiales de las mujeres. Y es que no se puede olvidar que en aquella época el volver a casarse y engendrar hijos mientras la edad lo permitiera era para la mujer una obligación de estado, perfectamente legislada, cuyo incumplimiento acarreaba la consiguiente condena.

La legislación de Augusto (27 a.C-14 d.C), reforzada posteriormente por Domiciano y renacida en los siglos I y III d.C., había sido proyectada para favorecer el estado civil de casada en la mujer y no desperdiciar sus años de fertilidad.

Se alentaba a las viudas y divorciadas a casarse de nuevo, se penaba el no hacerlo y el no tener hijos después de los veinte años (veinticinco para los varones) y se premiaba el tenerlos en mayor número del habitual. De hecho, las mujeres libres que tenían tres hijos, y las habían sido libertadas de la esclavitud con cuatro, podían emanciparse de la custodia patriarcal de padres o maridos. Como puede verse, el comportamiento de las mujeres era objeto de un especial control social.

Algunos valores se legislaban en las leyes del estado. La sociedad en la que discurría la vida de los cristianos de Corinto se regía por el valor central del honor, el cual estaba muy ligado entre otros aspectos a la reputación de las mujeres que estaban a cargo de los varones, la cual dependía de la certeza de que la sexualidad de la mujer que pertenecía en exclusiva a su marido.

En el caso de estar casada o de que estaba virgen aún soltera, la pérdida de vergüenza en las mujeres o la duda sobre su virginidad o su exclusividad sexual (adulterio), significaba la pérdida del honor y la reputación de los varones del grupo familiar “marido, padre, hermanos”. En cierta forma, el cuerpo y la sexualidad de la mujer expresaban el honor y la reputación de una casa familiar o de un grupo de la sociedad.

Ellas no podían representar su propio honor ni el de la casa familiar frente a los demás en el ámbito público y social. Una mujer sola era considerada peligrosa, sospechosa de promiscuidad sexual y, en cierto sentido, una depravada.

Por eso las SEÑALES externas indicaban la virtud femenina en aquel entonces como la castidad (Renuncia total al placer sexual o solo al que queda fuera de los principios morales) que eran muy importantes y debían ser observados si se quería aparecer como mujeres respetables de la sociedad.

Estas señales consistían en un determinado tipo de comportamiento: permanecer en sus casas el mayor tiempo posible; salir a la calle con el cabello cubierto; no mirar de frente a un varón, sino andar siempre con la cabeza baja; limitarse al hablar y no pretender quedar por encima del varón; es decir, ser recatada e insignificante haciendo todo lo posible para ser invisible a los ojos de quien no era el propio marido.

Si el papel del varón, cabeza de la familia, era ser el señor de todos los que estaban a su cargo, cualquier gesto que pusiera en duda este papel (desobedecerle o discutir sus órdenes o enseñanzas, sobre todo en público) significaba un reto y una falta a su honor y su reputación ante los ojos de sus iguales en la sociedad.

Pablo y sus comunidades cristianas se debatían en un doble movimiento: por un lado, la afirmación de la propia identidad como grupo cristiano y su separación del resto de la sociedad; por otro, el deseo de ganarla para la causa del evangelio, lo que les obligaba a tender puentes hacia ella. Y ahí es donde se debe ENTENDER la ENSEÑANZA de Pablo, a veces confusa, de difícil interpretación y siempre abierta a desarrollos posteriores.

Los valores culturales del honor y el recato, así como las actitudes y comportamientos requeridos a cada sexo para demostrarlos, pueden iluminar otro pasaje muy discutido en la misma carta de Pablo a los Corintios: el del velo o chador de las mujeres que profetizan (1 Corintios 11:2-11). El tema del comportamiento de las mujeres en consonancia o en contraposición con los valores culturales patriarcales predominantes fue haciéndose cada vez más importante, en la medida en que las comunidades cristianas se hacían más conocidas, más compuesta de diferentes grupos sociales, e iban pasando al mundo público.

1 Corintios 11:2-11, su argumento responde tan perfectamente al interés de Pablo por la reputación de la comunidad ante los vecinos que observan el culto cristiano.

Si bien es cierto que la comunidad tenía como base una iglesia doméstica (en un hogar) el ámbito privado, por lo tanto, hay que considerar que si estas comunidades cristianas pertenecían a miembros de otras casas familiares, en fin, mujeres sin sus maridos o amos en el caso de las esclavas, el culto o la comunión cristiana estaba expuesta a la curiosidad y chismorreo de los vecinos, lo cual explica la preocupación por la opinión externa acerca de la respetabilidad de la comunidad cristiana, nacida del deseo de ganar miembros para el Evangelio.

De nuevo nos encontramos con el reflejo en el cuerpo, en esta ocasión el femenino, de la organización social. Se alude con frecuencia a que Pablo trata de evitar que el culto cristiano se identifique con otros cultos mistéricos como los dionisíacos, los isíacos o los cibelinos que se celebraban en las ciudades greco-romanas, los cuales, a la vez que encontraban gran aceptación entre las mujeres, eran condenados y a veces perseguidos por las autoridades y los escritores.


Muchos de tales cultos celebraban un renacimiento a una nueva vida, plasmándolo en la negación de la diferenciación sexual mediante la castración, hombres con melenas o la utilización de ropas del otro sexo, o bien con símbolos como el que usaban las prostitutas con la cabeza raspada que expresaban esa quiebra de las normas que regían los comportamientos adjudicados a cada sexo en la sociedad, como, por ejemplo, el soltarse el pelo o quitarse el velo en el caso de las mujeres, gestos que pueden ser asimilados.

Continua en próxima parte...

APOSTOL JUAN CALO
Yom Teruah Ministries, Puerto Rico
CORREO ELECTRONICO: yomteruahministries@gmail.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario